sábado, 26 de diciembre de 2015

ALLELUIA

Título original: Alleluia / Año: 2014 / País: Belgica, Francia / Género: Drama, Crimen / Dirección: Fabrice Du Welz / Guión: Fabrice Du Welz, Vincent Tavier / Duración: 93 Min


Alleluia: Serial lovers

por Domenico La Porta

23/05/2014 - CANNES 2014: Con su nuevo hachazo cinematográfico, Fabrice Du Welz llena de sangre y de opiniones divididas la Quincena de los Realizadores. No podíamos esperar menos del director de Calvario
Alleluia: Serial lovers

Eran muchas las esperanzas puestas en la carrera de Fabrice Du Welz tras la proyección en la Semana de la Crítica en 2004 de Calvario [+]. Sin embargo, hemos tenido que esperar diez años para poder volver a ver en la Croisette al director belga con una película bajo el brazo. Esta es Alleluia [+], seleccionado en la Quincena de los Realizadores del 67º Festival de Cannes. Entre ambas obras, hubo un experimento que tuvo mala acogida (Vinyan [+]) y al menos un encargo parricida y dolorido como Colt 45, previsto para 2014. Esta pesada carga de frustraciones explica el punto de partida de Alleluia tras la cámara: rodar con rapidez un film visceral que diera cierta continuidad a Calvario (las Árdenas, los regresos de Laurent Lucas y del productor Vincent Tavier…) y concediera una libertad casi punk para hacer una película como mandan los cánones de la confianza. Hacía falta un ambiente de trabajo muy sano para relatar una historia real tan desquiciada como esta, inspirada libremente en el caso de aquella pareja conocida como "los asesinos de la luna de miel".
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Junto a la figura de Laurent Lucas, protagonista ya de varios films de Fabrice du Welz, destaca la presencia de la actriz española Lola Dueñas, poco después de su último trabajo con Almodóvar en Los amantes pasajeros [+]. Dueñas interpreta a Gloria, una madre soltera empleada en la morgue que se encapricha por un pequeño y carismático estafador (Lucas, Michel en la ficción) acostumbrado a desplumar a las mujeres que seduce por Internet antes de desaparecer con la misma rapidez con la que apareció en sus vidas. A pesar de la traición de su amante, Gloria da de nuevo con Michel, a quien ama ya de forma impulsiva y posesiva. La pareja se embarca entonces en una epopeya sanguinaria que funciona mediante un mecanismo de lo más macabro. Michel se gana la confianza de viudas ricas, se instala en su casa y hace pasar a Gloria por su hermana. Con las primeras peripecias seductoras de Michel, Gloria lo pasa mal por culpa de unos celos histéricos que terminan provocando una explosión que se salda con ríos de sangre.

Además de tener su carácter de género muy definido, Alleluia es también una película explícita que establece una relación con el sexo casi mística pero esencial para explicar el fuego que ruge entre los dos personajes principales y que, separadamente, los consume.

El respeto por la película, la audaz puesta en escena, la fotografía rugosa y hasta en ocasiones las mismas interpretaciones de los actores sitúan la cinta a la honorable altura de los arquetipos del género. Cabría hablar incluso de belleza hasta cuando Gloria canta en falso, en un interludio musical deliciosamente incongruente que recuerda la coreografía que aparece en Calvario, antes de chocar con el pie con un cadáver en primer plano. Pasada la ascensión, la película queda suspendida antes de volver a caer, por desgracia, por causa de un guion cuyo pulso cardíaco pierde el ritmo en varios momentos. Aunque es de destacar la semántica religiosa que enriquece la historia, la construcción en capítulos no solo resulta repetitiva sino que contiene algunas lagunas, que apenas consigue disimular. La temporalidad y la progresión tampoco son claras. Si bien la cinta está muy bien filmada, el final se aventura de manera un tanto salvaje hasta los títulos de crédito. El precio a pagar para que Fabrice Du Welz levante cabeza lo más rápidamente es algo más que el de una entrada de cine que quemaremos con gusto. Su talento como director es como un pura sangre al que ya han fustigado lo suficiente y que no hay nada más que hacer que dejarlo galopar.


Fabrice Du Welz • Director

por Alain Lorfèvre

Entrevista con el director belga sobre Alleluia, la cinta que presentó en la Quincena de los Realizadores del festival de cine de Cannes de 2014.


¿Cuál fue el punto de partida de Alleluia?

Fabrice Du Welz: La película nació de la intención de volver a trabajar con Laurent Lucas, 10 años después de Calvario. A eso se sumaron las ganas de utilizar las Ardenas y los paisajes hostiles que marcaron mi infancia como contexto. Me apetecía trascenderlos con la cámara, con un estilo que bordeara la fantasía visual.

¿Ya tenía en mente por aquel entonces la historia real de los "asesinos de la luna de miel"?

Volví a ver Los asesinos de la luna de miel, de Leonard Kastle (1970), y, la misma semana, vi Profundo carmesí, de Arturo Ripstein (1996), que también se inspira en esa historia. Estaba claro que teníamos que hacer algo a partir de los crímenes de Martha Beck y Raymond Fernández [que en Estados Unidos fueron bautizados como "The Lonely Hearts Killers", NdA].

Ustedes llevaron a cabo una fatigosa labor previa a los decorados. ¿Qué exigencias manejaban?

Desde siempre me aterra lo plano que resultan los decorados en según qué películas, sobre todo en un tipo concreto de cine francés. Por lo que a mí respecta, no soy partidario de usar la noción de contexto social. No tengo nada en contra de los directores que sí lo son pero lo que me molesta es que, especialmente en el cine francés, no se acepte la violencia más que si está justificada o explicada a partir del origen social de los personajes. Los americanos se dan el lujo de resistir a eso. En este caso, por lo demás, la historia real de partida me interesaba menos que la deriva psicótica de Gloria, el personaje femenino de mi película. Quería evocar eso gradualmente a través de imágenes y decorados. Formo parte de la tradición del cine belga y del realismo mágico heredero de Delvaux, principalmente. Hago un cine epidérmico, cercano al cuerpo. Eso también vale para los decorados: la “santa trinidad” formal de Alleluia la componen la luz, los decorados y el vestuario.

¿Qué puede decirnos del trabajo con el sonido?

Me encantó el documental El infierno de Henri-George Clouzot, de Serge Bromberg (2009). Soy fan de Clouzot y me impactó la búsqueda experimental que emprendió en materia de sonido para intentar reflejar la esquizofrenia de un hombre. Yo no tomé el mismo camino, sino que la idea era jugar con el sonido y la música para marcar las rupturas psicóticas. Partimos de lo suave para subir progresivamente antes de volver a una forma de apaciguamiento.

¿Cómo define usted el cine de género?

Siempre he tenido un problema con lo que las "instituciones" o cierto sector de la crítica perciben como cine de género. Hay una mirada un tanto elitista sobre el llamado "cine de género". La esencia del cine es el circo, el espectáculo. Nació en espectáculos de verbena con el titiritero que apelaba al público: "venid a mí que os voy a enseñar algo insólito". El cine de género nació prácticamente a la vez que el cinematógrafo. Desde el cine mudo y los años 20 tenemos películas de monstruos: Frankenstein, El hombre invisible, King Kong... El cine de género también adquirió pronto una dimensión de metáfora social, de reflejo de los males de este mundo. En Francia, desde la Nouvelle Vague, se lo desprecia a favor del naturalismo. Es una pena. No quiero hacer una guerra de guerrillas pero a mí lo que me gusta es el cine poético. Me gustan Cocteau, Delvaux, Lynch y toda forma de alteración de la realidad. Considero que el cine de género es universal. De hecho, ¿qué películas han marcado durante diez años al público? Películas como las de Michael Mann, las primeras de Scorsese, Old Boy de Park Chan-wook… cine de género.

¿Esa apuesta no le aleja forzosamente de una parte de su público?

Admito que me planteo la pregunta por el público desde que realicé Colt 45. Para federar al público se necesita tensión y empatía. No quiero que la gente se quede fuera. Me gustaría que mi madre no me dijera al salir de la sala: "tu peli es especial".




THE TRIBE 

Título original: Plemya (The Tribe) / Año: 2014 / Duración: 130 min / País: Ucrania / Director: Miroslav Slaboshpitsky / Guión: Miroslav Slaboshpitsky / Fotografía: Valentyn Vasyanovych / Reparto: Grigoriy Fesenko, Yana Novikova, Rosa Babiy, Alexander Dsiadevich, Yaroslav Biletskiy, Ivan Tishko, Alexander Osadchiy, Alexander Sidelnikov, Alexander Panivan / Coproducción: Ucrania-Países Bajos; Garmata Film Production / Hubert Bals Fund/ Myrek Films / Rinat Akhmetov's Foundation "Development of Ukraine" / Ukrainian State Film Agency





"El uso del lenguaje de signos, la sordera y el silencio en sí mismo, añade varios ingredientes excitantes al material e base, creando alquímicamente algo rico, extraño y muy original" 


Leslie Felperin: The Hollywood Reporter 

"Un tour de force formal, una triunfante superación de retos cinematográficos autoimpuestos." 

A. O. Scott: The New York Times 

"Una sorprendente y audaz pieza cinematográfica que marca un impresionante debut tanto en guión como en dirección para el cineasta ucraniano Myroslav Slaboshpytskiy." 

Justin Chang: Variety 

"No puedo dejar de pensar en ella. (...) Puntuación: ★★★★ (sobre 5)"
Peter Bradshaw: The Guardian 

"Una película extraña y raramente fascinante que hace que público realmente tenga que esforzarse, pero que al final ofrece algo excepcional y original." 

Mark Adams: Screendaily 

"Quizá la película derive de los problemas nacionales anteriores a la intervención rusa, pero al parecer no era una intención consciente. (...) Sin embargo, conforme progresa, la trama se encierra en sí misma y en su retrato de su sociedad tribal." 

Alonso Díaz de la Vega: Diario El Universal




miércoles, 23 de diciembre de 2015

LA MIRADA DEL SILENCIO (SENYAP)


Título original: The Look of Silence / Año: 2014 / País: Dinamarca, Indonesia / Género: Documental / Dirección: Joshua Oppenheimer / Guión: Joshua Oppenheimer / Duración: 103 Minutos




El verdadero corazón de las tinieblas
crítica a La mirada del silencio (The Look of Silence, Joshua Oppenheimer, 2014)

Anwar Congo asesinó a cientos de personas entre los años 1965 y 1966. Sus víctimas caían a golpe de machete, cuchillo, palos, pistola sin accionar —hubiera sido muy fácil, poco estético—, con el alambre al cuello como garrote vil; sodomizadas o empaladas entre antorchas dispuestas a lo largo del salvaje patíbulo en que se convirtió el río Serpiente, en Indonesia. Muchísimo más temible, por veraz y sanguinario, que aquel río Nung que surcara Willard en busca de Kurtz. Quien no llegó a rozar siquiera el horror aquí (re)visitado por verdugos, víctimas y espectadores más bien atónitos. En sus buenos tiempos, Anwar iba de choza en choza ajusticiando a los comunistas que sfupuestamente habían intimado con las mujeres de otros, y que rehuían la oración sin mostrar remordimientos ni pudor. Anwar y sus sicarios eran entonces ley sagrada: vivían como Nucky Thompson en una feria de whisky y farlopa en Las Barranquillas. Les amparaban el gobierno militar y ciertas películas de cowboys con John Wayne celebrando su nacionalidad, o sea su bandera. Y sus alforjas también. De vez en cuando se los veía salir del cine imitando a Elvis Presley pero sin gracia: piropeaban a niñas, a madres, escupían lindezas que harían vomitar al más cerdo. Vivían en un estado de narcosis permanente, y el líder golpista, Sukarno, agitaba esa coctelera para que estallara en los pies de los campesinos, cuyo destino en muchos casos fue primero la picota y después la tortura física y mental. Aunque ni siquiera tuviesen conexiones con el PKI (Partido Comunista): el pecado radicaba en su existencia, como ese odio absurdo inherente a ciertos derbis futbolísticos, que nace por ósmosis y se macera durante una adolescencia ya morosa; en estar allí, para el baile de machetes y violaciones. Así, el río y las calles se inundaron de cuerpos sin vida, visiblemente torturados y teñidos de rojo, quizá lo más cerca que estuvieron muchos de ellos de pertenecer a ese partido de bolcheviques contrarios, o no, al Imperio Capitalista tan anhelado por los que confunden la vida con un mohín de Gioconda de Gene Tierney o un travelling lentísimo hacia Sidney Poitier cuando dice en Adivina quién viene esta noche: «Tú te consideras un hombre de color, y yo me considero un hombre». Apenas doce meses en los que fueron asesinadas casi un millón de personas. La cifra estremece, invita a pellizcarse para despertar. Y seguir asistiendo como si fuera la primera vez a uno de los mayores genocidios de la Historia. Así de triste es el horror en The Act of Killing y La mirada del silencio, sin repeticiones líricas ni puntos suspensivos a lo Marlon Brando.

Al septuagenario Anwar le preocupa el estado de sus dientes, que sustituye de tanto en tanto por otros blanquísimos y menos sensibles a la putrefacción. Tiene un socio gordo que lo sigue a todas partes como un Sancho a veces travesti y habitualmente esquizofrénico que canta a voz en cuello versos románticos o estribillos de música country interpretada por el Hank Williams local. Al comienzo del filme (estamos en The Act of Killing), el gánster narra sus asesinatos igual que un trovador las batallas épicas acaecidas hace mucho tiempo; pero después le vienen arcadas junto a un pilón donde cientos y cientos de hombres murieron por orden y a manos suyas. El hoy anciano Anwar se pregunta si hizo mal, si lo pagará en la otra vida; se pregunta por qué los espíritus se le aparecen en sueños. Uno de sus colegas, en cambio, se congratula de no pensar en el pasado: ni sufre pesadillas, ni se arrepiente. Más aún: se permite el lujo de ironizar sobre un posible juicio contra su persona en el Tribunal de La Haya. Los genocidios también prescriben, asevera. Y sonríe. Y de pronto enmudece, sentenciando al entrevistador. Y sigue conduciendo, mudo. Es una constante a lo largo del documental, y se repite ya en la segunda entrega, La mirada del silencio. Los momentos de orgullo compiten con el mutismo, sordo y a la vez revelador, que inunda todo el testimonio: los genocidas pueden amenazar velada o directamente al hermano de un chico cuya muerte sería objeto de simulación por los propios actores reales, y grabada por el guionista/director Joshua Oppenheimer, a fines de los 90. El ahora padre y marido cuarentón es oftalmólogo y va de poblado en poblado midiendo las dioptrías de sus vecinos, que le cuentan con ojos vidriosos y actitud esquiva sus recuerdos de la purga roja.

La mirada del silencio

«Joshua Oppenheimer firma la crónica más escalofriante, devastadora y —esta vez sí— necesaria del último decenio. Y sin paliativos. Urge tragar saliva y curtir la felpa de los reposabrazos».

Oppenheimer le sienta frente al televisor para que ubique a los asesinos de su hermano, al que ni tan siquiera llegó a conocer (el entrevistador nacería en 1969), así como el demencial modus operandi con que mermaron poco a poco sus fuerzas, hasta castrarlo y precipitarle al río. Un cauce marrón oliváceo que fluye sin prisa pero sin pausa, igual que el propio díptico abre —para no volverse a cerrar nunca— aquella herida todavía muy dolorosa, en la que viven instalados millones de indonesios. Los psicópatas continúan al frente de las instituciones, extorsionan a los comerciantes chinos, son caciques, han fabricado toda una cosmogonía fraudulenta sobre el virus comunista, monstruos a erradicar, a través de ficciones videográficas que se reproducen —día sí, día también— en aulas llenas de niños que asisten a la pantomima con el terror propio del inocente. Tapándose los ojos o llevándose las manos a la cabeza o sonriendo como quien descubre a E.T. vestido de gitana. Qué malos los comunistas, qué bestias, qué armas esconderán bajo la piel, se cuestionan los pobres tras una vida siendo instruidos para odiar a los que podrían volver de entre los muertos y cambiar lo malo conocido por Sodoma y Gomorra. Sin duda, Joshua Oppenheimer firma la crónica más escalofriante, devastadora y —esta vez sí— necesaria del último decenio. Y sin paliativos. Urge tragar saliva y curtir la felpa de los reposabrazos. Basta con reproducir la entrevista con uno de los vampiros aquí dispuestos, el máximo responsable por encima del llamado Escuadrón de la Muerte. O esa otra secuencia muy campechana en la que dos psicópatas medio seniles evocan gráficamente, sin ápice de sobreactuación, su cruel enseñamiento con un joven. Quizá una obra de arte, si la banalidad del mal computara en museos. Y acuchillan con filos invisibles y patean culos informes. Arrastran los muertos como si todavía pudiesen ver el reguero de sangre que dejaban a su paso. Pero no hay nada. No hay nadie. Sólo dos zombis a cual más feo. Y están ahí, mirando a cámara, diligentes. Parándose a oler las flores tras describir lo indescriptible. Excusando su brutalidad con un silencio que te golpea en la nuez y el estómago. «Bueno... Así son las cosas en el planeta Tierra», zanja el jefe.




STORIES WE TELL


Director: Sarah Polley / Guión: Sarah Polley, Michael Polley (narrador) / Personajes: Michael Polley, John Buchan, Mark Polley




Sobre el papel, historias que contamos sonidos como un Overshare épica: Sarah Polley, la actriz canadiense que dirige Lejos de ella y Take This Waltz, vuelve la cámara en una red de parientes cercanos y lejanos, animándoles a divagar sobre la complicada relación entre sus padres. "¿Quién mierda se preocupa por nuestra familia?" La hermana de Polley pide desde el principio, y es tentador, en el inicio de todos modos, para compartir su escepticismo sobre el atractivo universal del proyecto. Sin embargo, hay mucho más que historias que contamos a mirarse el ombligo. Incipiente incursión de Polley en cine documental es también un misterio de investigación, una telenovela de la vida real, y más convincente, tal vez, un "interrogatorio" de búsqueda (palabra del director) de los cómos y los porqués de la narración en sí.

Desde las primeras escenas, en las que los entrevistados rompen la cuarta pared para hacer frente a su entrevistador, es claro que esta será una visión especialmente autorreflexiva en la historia personal. Mientras su hija, el cineasta, observa desde detrás del cristal de un estudio de sonido, el actor de origen británico Michael Polley lee pasajes de su libro de memorias. Estas reflexiones elocuentes se mezcla con, y en ocasiones contradicen, los testimonios de otras cabezas parlantes de la película. La narración que están colectivamente retransmisión es un torbellino, década que abarca el romance, la historia de cómo Michael cortejó y se casó con un compañero de actriz, la actriz de teatro (y más tarde director de casting) Diane MacMillan, con quien fue padre de varios hijos. Hay un gran giro al acecho en el corazón de la historia, una revelación que conmocionó a toda la familia. Aunque Polley ha hablado en público sobre este descubrimiento identidad temblar, historias que contamos pueden trabajar mejor para los que van en el ciego, y tropezar sobre el secreto de forma orgánica.

Haunting cada fotograma de la película es Diane, que murió de cáncer dos días después del 11 cumpleaños de Sarah, pero vive a través de los recuerdos rapsódicas y fragmentos granuladas de celuloide. Polley examina a su madre con una cierta ambivalencia, celebrando su espíritu infecciosas, al tiempo que reconoce las formas en que su comportamiento a menudo impulsivo sacudió el fundamento de la familia. Mezclados con las películas caseras reales de Diane son auténticos buscando recreaciones, rodado en Super 8 y actriz con Rebecca Jenkins como el difunto. Probablemente diseñado para proporcionar acompañamiento visual a algunas de las anécdotas, esta puesta en escena imágenes también habla a punto acerca de la falta de fiabilidad de la memoria de Polley. Jenkins no está jugando la mujer real, sino una impresión de ella, evocaba en la mente de las personas cuyas vidas tocó. Mientras una entrevista sujeto insiste en que Diane sabía que se estaba muriendo, otros jura arriba y abajo que no tenían ni idea. La verdad, la película sugiere, se pierde en el tiempo.

Las discrepancias son el punto de historias que contamos, que parece más preocupado por la forma en que el pasado se ve distorsionada por los recordarlo, y cómo el deseo de la propiedad de una historia crea varias versiones de "lo que realmente sucedió." Si hay una voz dominante aquí , pertenece a Michael, cuyos reflejos franca proporcionar la película con una columna vertebral emocional fuerte. Sara, en cambio, deja la mayor parte de la conversación con sus parientes.Auto-consciente a un fallo, y claramente preocupado de que airear los trapos sucios de su familia podría ser un acto vergonzoso del narcisismo, el director se acerca a disculparse por el cine-ensayo terrible que ha hecho. Es una pena; Polley ha dado un gran salto hacia adelante mirando hacia adentro, y ahora puede ser mencionado en la misma categoría que la gran Agnès Varda. A veces "demasiada información" es la cantidad justa.











domingo, 20 de diciembre de 2015

PERIFERIC

Título original: Periferic (Outbound) / Año: 2010 / Duración: 87 min / País: Rumanía / Director: Bogdan George Apetri / Guión: Cristian Mungiu, Bogdan George Apetri, Ioana Uricaru, Tudor Voican / Fotografía: Marius Panduru / Reparto: Ana Ularu, Mimi Branescu, Andi Vasluianu, Ioana Flora, Timotei Duma, Ingrid Bisu,Marius Chivu / Productora: Saga Film / Género: Drama




Cuando obtiene una liberación temporal de 24 horas, Matilda tiene la intención de huir del país y sobre el inicio de una nueva vida. Pero antes de que termine el día, ella debe enfrentar su problemática pasado- la familia que la había rechazado, su ex novio y sobre todo el niño que había dejado atrás. Su lucha por una vida mejor le recuerda que la libertad puede estar pendiente de únicamente una opción.


Premios:
Premio Boccalino de Oro a la Mejor Actress- Ana Ularu, Festival Internacional de Cine de Locarno, 2010
Premio Especial del Jurado y el Premio FIPRESCI, Festival de Cine de Varsovia, 2010




LA PATOTA (Paulina)

Dirección: Santiago Mitre / Guión: Santiago Mitre – Mariano Llinás / Productores: Agustina Llambi Campbell – Fernando Brom – Santiago Mitre – Lita Stantic – Difar Domehri – Laurent Baudens – Gael Nouaille – Axel Kuschevatzky – Walter Salles – Ignacio Viale / Productores Asociados: VERSATILE – AZ Films / Producción Ejecutiva: Agustina Llambi Campbell – Fernando Brom – Lita Stantic – María Carlota Bruno / Coproductores: TELEFE – ARGENTINACINE – Augusto Giménez Zapiola – Facundo Saravia – Nano Tidone / Empresas Productoras: La Union de los Rios – Lita Static Producciones – Fullhouse- Videofilmes – Storylab / Con el apoyo de: INCAA – ANCINE – CNC Cinémas du Monde



Si bien, como El estudiante, La patota es un filme político, y social, la historia comienza a la inversa. No es un joven del interior que se inserta en el mundo universitario, sino que es una joven de ciudad que va a una escuela de campo. Y lejos de hacer un estudio de campo, Paulina vivirá en carne propia las desigualdades, pero con sus convicciones inamovibles.

La patota está inspirada libérrimamente en la película de Daniel Tinayre de 1960, con Mirtha Legrand, pero sería un error creer que lo religioso y místico está ausente, porque Paulina está por tener una suerte de conversión. A la Paulina que crearon Santiago Mitre y Mariano Llinás en el guión deberían entenderla más que juzgarla. La clave está en ese plano secuencia de ocho minutos con que abre, y que merece un párrafo aparte.

Si la primera escena es la que marca un tono en una película, Mitre decidió enfrentar los pensamientos, las convicciones (término éste que es ineludible en estos personajes, una y otra vez) y los sentimientos de Paulina y su padre juez, en un desafío dialéctico elocuente y cínico. Hay chicanas, y hay tozudez, pero Mitre hace que el debate político y social sea creíble. Piense el lector en cuántas películas ha tenido esa oportunidad y verá que La patota ya va aclimatándolo para lo que vendrá.

No está construida como un drama en el que la violencia hacia la protagonista sea el centro, porque donde Mitre afila el lente es en las resoluciones que Paulina quiere tomar. La violación viene seguida de un embarazo. Mitre pone al espectador constantemente en guardia, incomodándolo con los planteos morales. Por aquello de que a Paulina convendría entenderla antes que juzgarla, son sus encuentros/enfrentamientos con su padre los que más rispidez y tensión, pero mejor resultado obtienen en pantalla.

Así, el eje está en Paulina y no en la patota y sus integrantes individualmente. No es que no tengan su peso en el relato, pero Mitre la privilegió, no eligió el costado amarillento o si se quiere hasta de thriller, porque lo que su película busca es la reflexión, no la aceptación.

Idealismos políticos, militancia, las apariencias, el adaptarse o no a las reglas, la posición de un padre ante su hija, la necesidad de justicia, el revanchismo, el poder y la solidaridad, todo se conjuga en el filme, en el que Dolores Fonzi interpreta y no actúa, y Oscar Martínez da la bravura que el rol necesitaba. Porque sus personajes obedecen al principio de acción y reacción.

No es La patota un “filme de actores”, pero los necesita, y Mitre supo dirigirlos. Tal vez el papel del novio de Paulina (Esteban Lamothe, protagonista de El estudiante y cara repetida, pero no gastada, del cine nacional en los últimos meses), como el del líder de la patota hubieran merecido algo más de desarrollo. O la presentación en la escuela de Paulina, contada desde dos puntos de vista, pudieron tener mejor resolución. Pero son formalismos, y lo que prima en La patota es el debate, entre generaciones, pero también el interno que deja al espectador con un gusto amargo... hasta que elucubre acerca del perdón, y la culpa.



jueves, 17 de diciembre de 2015

GUEROS 

Dirección: Alonso Ruizpalacios / Intérpretes: Tenoch Huerta, Sebastián Aguirre, Ilse Salas, Leonardo Ortizgris, Raúl Briones / Género: comedia. México, 2014 / Duración: 108 minutos.



En un rincón alejado de la celebración de un estreno cinematográfico, uno de los personajes de esta opera prima sustentada en la perfecta conjunción de verdad y estilo lanza un particular monólogo-exabrupto, que admitiría ser leído a la vez como autocrítica y como combativo manifiesto: “¡Puto cine mexicano! Agarran unos pinches pordioseros y filman en blanco y negro y dicen que ya están haciendo cine de arte. Y los chingados directores, no conformes con la humillación de la Conquista, todavía van al Viejo Continente y le dicen a los críticos franceses que nuestro país no es más que un nido de marranos, rotos, diabéticos, agachados, ratoneros, fraudulentos, traicioneros, malacopa, putañeros, acomplejados y precoces”.


Los personajes de Güeros, rodada en blanco y negro con ancho de pantalla académico, no son pinches pordioseros, pero sí las figuras marginales de una generación perdida, huelguistas de una huelga (que no esquiroles) embarcados en un viaje redentor al rescate de dos complementarios ideales románticos: la locutora de una radio libre, temporalmente abducida por el embrujo de un vehemente macho alfa de la revolución en curso, y una legendaria estrella del rock en el umbral de una muerte por cirrosis. Ruizpalacios consigue afirmar una mirada compleja y sensible sobre el limbo de desarraigo e inmadurez que habitan sus personajes. Y lo hace partiendo de la convicción de que el estilo es contenido: aquí cada plano y cada movimiento de cámara tienen la fuerza de una frase literaria transubstanciada en imagen.

Entre otras muchas cosas, Güeros logra describir un ataque de pánico a través de una solución visual tan eficaz como hermosa y aparentemente sencilla, juega a romper su cuarta pared a través de un personaje ocasional, culmina en un monólogo que escala cumbres de emoción para chocar con su anticlímax y revela en Ruizpalacios a un legítimo poeta: es decir, alguien con la serena madurez de quien se sienta a ver pasar los trenes… para sacar conclusiones universales.

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/05/07/actualidad/1431014928_559959.html




martes, 15 de diciembre de 2015

EL PATRON


TITULO ORIGINAL: El patrón: Radiografia de un crimen /ACTORES: Joaquin Furriel, Luis Ziembrowski. Mónica Lairana, Germán de Silva,Guillermo Pfening / GENERO: Suspenso / DIRECCION: Sebastián Schindel / ORIGEN: Argentina / DURACION: 99 Minutos / CALIFICACION: Apta mayores de 13 años / FECHA DE ESTRENO: 26 de Febrero de 2015




Nadie puede negar que El Patrón: Radiografía de un crimen, la primera ficción de Sebastián Schindel (Mundo Alas), sea una película interpeladora. Mucho menos cuando sabemos que se basa en una silenciosa y silenciada historia real. Una macabra pero repetida historia de la esclavitud moderna en América latina, el continente más desigual. ¿Hasta dónde es posible explotar a un hombre? Esa pregunta acompasa el derrotero del filme, que no es otro que el de Hermógenes Salvidar, un joven santiagueño que llega a Buenos Aires desde los obrajes de su provincia y consigue un empleo de carnicero bajo las órdenes de un siniestro patrón.

Así empieza el filme, con Hermógenes detenido, a punto de ser condenado a cadena perpetua por un crimen que cometió. La mirada está puesta en la Justicia, en los azares y codicias de un mundo de intereses y formalidades deshumanizados. Y en la injusticia de afuera, por eso Schindel va y viene con sucesivos flashbacks a la miserable historia de este personaje encarnado por Joaquín Furriel en una llamativa transformación física, de oficio y lingüística que lo convierten en este santiagueño apocado y sumiso, caracterización de la que en conjunto sale bien parado.

La mirada está puesta en el criminal aprendizaje de Hermógenes, sumergido en el oscuro negocio de su patrón, su dueño (Luis Ziembrowski), dueño también de varias carnicerías de barrio, un estafador humillante que le enseña las artes de vender carne podrida tras el mostrador. Una historia impactante que podría ser parte de un guión vegano, un submundo descripto con la certera información de un documentalista, Schindel, que espantará a más de uno. Los trucos más viles del carnicero, justo en éste, el país de las vacas.

Pero hay una historia mayor. Las nuevas formas de esclavitud, que pueden ocurrir en una carnicería, en un taller textil, o en el medio del campo. Vieja historia apuntada aquí por protagonistas de fuste. Guillermo Pfening, haciendo de abogado; Germán De Silva, de instructor de carniceros truchos; Mónica Lairana, de esposa de Hermógenes. Es cierto, le faltan matices a estos personajes, que son cien por ciento sumisos, o viles, o comprometidos. Y el desenlace de la historia está, quizá, muy anunciado. Pero son denuncias necesarias, invisibles por repetición. Hablamos de la esclavitud, de la bronca acumulada, no de las carnicerías. Aunque si va a comer un asado, vea El patrón otro día.







NOVIAS MADRINAS 15 AÑOS

Novias-Madrinas-15 años (Argentina/2011; hablada en castellano) /Dirección: Diego Levy y Pablo Levy / Guión: Diego Levy y Pablo Levy /Fotografía: Diego Levy y Pablo Levy / Edición: Diego Levy y Pablo Levy /Música: Alexis Estiz y Matias Eschiselman / Elenco: Hector Alberto Passalacqua, Jose Antonio Espido, Pablo Sayago, Ángel Andres Calabria, Moises Khabie, Elias Levy /Distribuidora: BD Cine / Duración: 61 minutos



Dentro del Nuevo Cine Argentino nacido en la década del noventa del siglo pasado hubo un cortometraje clave y que no estuvo en Historias breves. Se llamaba Negocios (1995), de Pablo Trapero, y en 16 minutos contaba la vida -un modo de vida- de y en un negocio de repuestos para automotores de San Justo. El negocio de Negocios era el negocio del padre de Trapero. Negocios era un corto que respiraba autenticidad; algunos años después, Trapero daría la vuelta al mundo con Mundo grúa. En la tradición de Negocios se ubica Novias-Madrinas-15 años, de los hermanos Diego y Pablo Levy, que pintan, en un pequeño gran largometraje de una hora de duración, la vida -un modo de vida- de y en una sedería del barrio de Once. La sedería de Elías Levy, padre de los directores.

Riesgo de documental casero familiar, anulado. Riesgos de amateurismo y de exceso de confianza, anulados. Riesgo de mera observación de ojo bovino (holgazán), anulado. Los directores, con radiante sencillez -lograda mediante capacidad de sustracción y claridad estructural sofisticadas-, obtienen una película honesta, modesta y entrañable. Presentan a cada empleado, que cuenta un poco de su vida, algo del trabajo, otro poco "del arte de la venta". Hay también algunos momentos de interacción con los clientes (que son casi todas clientas), otros momentos de la vida cotidiana en el local (prácticamente no hay planos fuera de él), y tenemos la sensación o, mejor dicho, la plena seguridad, de que se relata un mundo que se entiende, se conoce y se siente cercano.

El último personaje en aparecer es el dueño, Elías, alias "el Negro". Para ese entonces, ya ha sido descripto y entrevisto su carácter (cascarrabias, gruñón, comprometido con su local). Y para ese momento de la película ya hemos atesorado las entrevistas no con telón de fondo sino con tela de fondo. Como si esas telas iluminadas fueran la pantalla azul o verde de los rodajes del Hollywood clásico, permiten imaginar los relatos que se nos cuentan, como si fueran a cobrar vida y movimiento ante nosotros: la historia de amor del viudo, el triunfo millonario en el casino en Europa del jugador, el coleccionismo "para evitar el psicólogo" del filatelista, el público con el que parece soñar el cantor. Novias-Madrinas-15 años relata un mundo cotidiano que a la vez parece estar en vías de extinción: los comercios de la ciudad de Buenos Aires atendidos por sus dueños y con empleados que ya llevan décadas trabajando. Empleados articulados, curtidos, no sin orgullo profesional y hasta con cierto amor por un local al que llegan mayormente señoras y chicas a comprar telas, con el plan de lucir espléndidas como novias, madrinas o quinceañeras.


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